Al representar una obra de teatro para el rey Enrique VIII, dicho rey queda flechado con la hermosura de Ana y empieza a cortejarla. Pero Ana tenía bien claro que no iba a ser amante del rey; su propia hermana María lo había sido. Ella aspiraba a algo más, era más inteligente. Tenía unos ojos hermosos, una gracia única; su facilidad para tocar instrumentos musicales, bailar y declamar la hacían una mujer muy atrayente.
Obviamente, Enrique se enamoró de ella, incluso se separó de la Iglesia Católica, de la cual lo habían llamado "Defensor" para poder dejar a su legítima esposa, Catalina de Aragón y declarar bastarda a su hija María Tudor. Asesorado por Thomas Cromwell se declara Jefe de la Iglesia en Inglaterra e instituye el Anglicanismo. Y así, el 25 de enero de 1533 por la noche, sin invitados ni avisos, contrae matrimonio con Ana Bolena, creada Marquesa de Pembroke por el rey, para que ella tuviera un rango noble. Ana se vengó del Cardenal Tomas Wolsey, consiguiendo que Enrique lo mandara a la Torre y le quitara su palacio de Hampton Court y sus bienes. Sin embargo, el Cardenal muere un poco antes de llegar a su destino final; pero esto es una demostración de que la ambición y el poder habían hecho presa de Ana.
"La Más Feliz de las Mujeres" como ella misma se llamó al poder casarse con Enrique. Intentó con ahínco tener un heredero y, por fin, cuando quedó embarazada, una bruja le vaticinó que tendría el más grande monarca inglés. Sin embargo, tuvo una niña a la cual llamó Isabel, como la madre de Enrique. Enrique se decepcionó muchísimo, inclusive dijo que había sido embrujado por ella y que le había mentido. Ana intentó tener otro heredero, el cual perdió, y con él también su favor ante el rey, quien ya había conocido a una de sus damas de compañía, una mujer regordeta y no muy agraciada cuyo lema era "Nacida para obedecer y servir". Esta mujer era Juana Seymour, apoyada por el partido que no quería a los Bolena.
Esta es una carta que Ana le escribio a Enrique,en el verano de 1526...
Señor, Corresponde solamente a la augusta mente de un gran rey, a quien la naturaleza ha dado un corazón lleno de generosidad hacia mi sexo, compensar con favores tan extraordinarios una conversación ingenua y corta con una muchacha. Inagotable como es el tesoro de generosidad de su majestad, le ruego considerar que pueda no ser suficiente para su generosidad; porque, si usted recompensa tan leve conversación por regalos tan grandes, ¿qué podrá usted hacer por los que están listos consagrar su obediencia entera a sus deseos? Cuán grandes pueden ser los obsequios que he recibido, y la alegría que siento por ser amada por un rey a quien adoro, y a quien con placer sacrificaría mi corazón. Si la fortuna lo ha hecho digno de ofrecerlo, estaré infinitamente agradecida. El mandato de dama de honor de la reina me induce a pensar que su majestad tiene cierta estima por mí, y puesto que mi ocupación me da medios de verle frecuentemente, podré asegurarle por mis propios labios (lo cual haré en la primera oportunidad) que soy la más atenta y obediente sierva de su majestad, sin ninguna reserva
Ana Bolena. Verano de 1526
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